A lo largo de toda la historia de la humanidad, siempre ha existido una relación directa entre la guerra y el avance del conocimiento, relación que hasta hace poco nunca se había cuestionado. La guerra ha sido endémica en la historia de la humanidad, las batallas se consideraban una necesidad social y muy a menudo se justificaba por razones económicas.
Luchar por la defensa de una comunidad era un deber y un privilegio para los ciudadanos. Tanto la poesía épica como las esculturas conmemorativas dignifican la guerra en muchas civilizaciones y culturas.
En la mitología y tradición antigua, la invención de armas era tarea de los dioses, lo que indica la importancia que tenía en estas sociedades.Los científicos tenían la obligación social de desarrollar armas. En las épocas en las que los guerreros eran líderes de la comunidad y los conflictos bélicos se veían como una necesidad social, los científicos debían estar dispuestos a mejorar las capacidades militares de su comunidad. A menudo, las necesidades militares han sido motor de desarrollos industriales y tecnológicos.
Para el gran matemático Arquímedes, las actividades productivas no eran dignas de los genios, por eso decidió dedicar su vida a la ciencia pura.
El Rey Heron II de Siracusa, convenció con mucho esfuerzo a Arquímedes para que abandonase parcialmente sus estudios teóricos y se ocupase de otros más aplicados: la construcción de armamento defensivo y ofensivo. Este trabajo demostró su eficacia en la defensa de Siracusa frente a los Romanos, liderada en el 212 a. C. por Marcelo, que conquistó la ciudad tras tan sólo 8 meses de asedio.
Bajo el gobierno de Ptolomeo, en los S. III y II a. C., Alejandría se convirtió en un importante
núcleo de investigación en diferentes campos, llegando a contar con una auténtica escuela de tecnología
militar. Los científicos de Alejandría destacaron en su esfuerzo por aunar los desarrollos en ciencia básica
y aplicaciones.
La construcción del antiguo Imperio Romano necesitó de varios siglos de batallas en toda Europa, Asia central y el norte de África. Sin embargo, en todo este tiempo, los científicos apenas aportaron contribuciones tecnológicas. Los desarrollos vinieron en este caso del medio militar, destacado por contar entre sus filas con muy buenos organizadores. Vitruvio (S. I a. C.) y Vegecio (S. VI d. C.), presentan en sus respectivos tratados las máquinas de guerra de Alejandría sin detallar su base científica. En este caso, los autores estaban principalmente interesados en los problemas organizativos y administrativos de los ejércitos.
El mundo de los académicos y el de los artesanos no tuvo ningún punto en común a lo largo de toda la Edad Media, ni en la civilización cristiana ni en la árabe. Esto se tradujo en que los avances en ciencia y en aplicaciones mecánicas no pudieron retroalimentarse.
La situación empezó a cambiar en el S. XIII. Eruditos como Raimundo Lulio, Robert Grossetestes y Roger Bacon hicieron hincapié en la necesidad de experimentar en ciencia, así como en dotar la ingeniería de fundamentos teóricos. Villard de Honnecourt, Guido da Vigevano y Conrad Keyser personificaron, a principios del S. XIV, el nuevo concepto de ingeniero militar.
Los hombres del renacimiento italiano eran al mismo tiempo artistas y artesanos, humanistas y estrategas militares, genios capaces de conseguir todo lo que se proponían.
Leonardo da Vinci, en su carta a Ludovico Sforza, gobernador de Milán, se presenta como reputado ingeniero, experto en artes militares y no como artista. Sus estudios sobre armas, fortificaciones y otros instrumento son consideradas todavía hoy obras maestras del arte y de la ingeniería.
Galileo, reconocía las matemáticas como una herramienta fundamental del conocimiento científico, pero al mismo tiempo estaba convencido de que cualquier teoría necesitaba una confirmación experimental. Estaba muy interesado por la técnica, y durante su estancia en el arsenal de Venecia participó en el desarrollo y la investigación en temas navales y militares. También aplicó sus conocimientos en geometría y balística al diseño de utensilios militares tanto ofensivos como defensivos.
Relojes náuticos con suficiente precisión para permitir una determinación razonable de longitudes allanaron el camino para la proyección del poder de los países europeos en todo el mundo y para la creación de colonias en regiones remotas del mundo.
Christiaan Huygens aplicó la mecánica newtoniana a la construcción de un buen reloj de péndulo de precisión en 1656 para sus investigaciones astronómicas, y en la década de 1680 trabajó en relojes marinos para la Dutch East India Company. El primer reloj marino de alta precisión fue producido en Inglaterra por John Harrison en la década de 1730.En 1714, el Gobierno británico ofreció 20.000 £ por una solución que pudiera proporcionar la longitud con una precisión de medio grado (2 minutos de tiempo), una tarea considerada imposible. John Harrison (1693-1776) produjo una serie de relojes cada vez mejores y alcanzó la precisión requerida.
Los siglos XVIII y XIX son testigos de la creación en varios países europeos de escuelas militares para la formación de oficiales del cuerpo de ingenieros: la primera en Turín en 1739, luego en Mézières en Francia en 1748.
Los éxitos de la Grand'Armée de Napoleón convencieron a los gobernantes europeos de la importancia de un apoyo técnico eficaz para las operaciones militares, de forma que Prusia (1816), Suecia (1818) y después Rusia, Bélgica, España, etc. establecieron escuelas técnicas militares.
También las escuelas politécnicas estaban en este período bajo el control de la institución militar, y la mayoría de los profesores venían del ejército, con participación mínima de científicos y académicos.
Durante el siglo XIX hay un nuevo protagonista en el campo de la investigación aplicada: grandes empresas industriales, siendo las primeras de los EE.UU. y, poco después, de Alemania.
La química, por ejemplo, se convirtió en un sector industrial crítico con relevancia militar. La invención del trinitrotolueno (TNT) en 1863 y de la dinamita de Alfred Nobel en 1867 tendrán terribles consecuencias en las próximas guerras.
El uso intensivo de explosivos en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial requirió la optimización de la producción y el desarrollo de nuevas tecnologías por parte de la industria. En Alemania, el industrial Fritz Haber creó una organización para la investigación sobre la guerra química, con científicos tanto militares como civiles. En la Primera Guerra Mundial se utilizan agentes químicos en el campo de batalla - cloro (1915), gas mostaza y fosgeno (1917) - que causan más de 1,4 millones de víctimas.
Imagen de arriba: pabellón de la compañía francesa Schneider et Cie, en la Exposición Universal de 1900 en París. Fundada en 1836, fue un importante fabricante de armas durante las dos guerras mundiales, y se convirtió en Schneider Electric después de la Segunda Guerra Mundial.
La Primera Guerra Mundial trajo muchos nuevos avances tecnológicos a los campos de batalla, tales como fortines, lanzallamas, armas químicas, bombardeos aéreos, cruceros submarinos de largo alcance, etc. Sin embargo, no se desarrollaron nuevas tácticas militares para hacer uso de esta nueva tecnología. Los soldados terminaron luchando en una guerra tradicional, al tiempo que sufrían enormes bajas debido a la nueva tecnología. Los establecimientos militares eran conservadores y se adaptaban lentamente.
Por otra parte, por primera vez se exigió a las organizaciones científicas como tales que apoyaran el esfuerzo militar, y el Estado asumió la responsabilidad y el control de la investigación científica, con la institución de Ministerios para la investigación. Desde entonces, la ciencia y la industria cada vez han contado más para los gobiernos y han dependido más de su apoyo.